miércoles, 17 de diciembre de 2008

UN GIRO A LA NAVIDAD

Oigo próximas, “ding-dong, ding-dong”, las campanicas de la Navidad y el duende de la Lotería me ronda la cabeza para organizar qué voy a hacer con tanto millón que me va a tocar. La gente mayor, con la ilusión más minada, suele poner enseguida los pies en la tierra y en esta época, a la menor, te suelta aquello de “la mejor lotería, la salud y la economía”.
La primera depende mucho de cómo hayamos cuidado el envoltorio del que estamos hechos y de la segunda, qué quieren que les diga, casi es mejor no mentarla no vaya a ser que el consejero de Hacienda nos “deflacten” también la Nochebuena.
Consumir con pocas pelas es como comer huevo sin untar, cantar a dúo con un mudo o beber crianza mezclado con Kas. Que el asunto de la crisis nos taladra cada día la moral es una obviedad. No hay más que echar un vistazo alrededor, y el que no tiene un conocido de Luzuriaga en regulación sabe de un tendero que ha bajado la persiana hasta el año 3000 o del albañil al que no le han renovado el contrato eventual que hilvanaba desde hace diez años.
Pues sí, que tal y como está el panorama de oscuro, de negro Obama diría mejor, o nos tiramos todos por el balcón o nos damos una sesión de choque de optimismo, que para eso estamos cerca de la noche de paz y de amor, de los angelitos que rasgan el cielo vestidos de raso, lucecitas tintineantes en el casco viejo y olentzeros que, al menos, regalan castañas de las de comer, porque de las otras bastantes reparte sin consuelo la vida.
Así que estas navidades nos vamos a poner las gafas del cristal más chulo y, pese a quien pese, intentaremos ver la vida con una pizca de luz. Este año devoraremos más amistad, en el híper llenaremos un carro de generosidad y todas las mañanas lo primero que haremos será retirarnos la legaña del desencanto.
Hay quien dice que si todas las personas pensáramos de forma positiva tan sólo un segundo, al mundo no le quedaría otra que parar en seco, detenerse y girar en sentido contrario para que los prepotentes se trocaran humildes, los guapos en feos y los ricos en pobres. Entonces, los más serían felices y los menos aprenderían más. Eguberri on.

DEL NOMBRE VASCO DE OLITE

Nací y vivo en un pueblo en el que cuando los “muetes” levantan algo más de dos palmos del suelo los padres los inscriben en un club de fútbol que se llama Erri-Berri. Si tienes un motivo puedes celebrar un convite en el restaurante Erri Berri y hallar empleo, si lo hay, en la empresa Construcciones Erri Berri. En fin que el topónimo Olite asociado a Erriberri es algo muy común para los naturales y que si uno se descuida pueden acabar sus días jugando partidas de mus en un hogar del jubilado que, gracias a la originalidad local, también se llama Erriberri, igual que la sociedad de Cazadores.
Recientemente el ayuntamiento de la ciudad ha acordado utilizar las dos acepciones, en castellano y euskera, o sea Olite/Erriberri, para denominar oficialmente al municipio. La decisión no es extraña si nos atenemos a que desde hace más de cien años los rótulos que anunciaban al visitante la llegada al pueblo ya saludaban de forma bilingüe. La Diputación de Navarra de entonces era mucho más sensible a este tipo de gestos y, paradójicamente, ha sido en las últimas décadas cuando se ha caído el Erriberri de las señales.
En los documentos de la Edad Media la entonces villa suele aparecer como Olit. Mayoritariamente los legajos navarros se escribían en romance, francés e incluso occitano, que eran las lenguas en las que trabajaban las elites del Reino. El euskera no era utilizado en este menester, si bien gracias a los ricos censos municipales que se han conservado conocemos por apellidos y nombres oficio que un importante porcentaje de la población de Olit era vascongada. Y que también la había judía y hasta morisca. En la aldea, como en las cercanas Taffalla (sí así con dos efes) o Uxue, la mezcla de lenguas era más habitual de lo que parece y en cualquier rincón se podía escuchar diálogos en romance, francés, hebreo, árabe y, cómo no, en euskera.
Que no aparezca escrito Erriberri en pergaminos de esta época no es raro, como tampoco hay rastro del idioma de Aitor en otros lares donde el número de euskaldunes era mayor. Pero no por ello Olite deja de ser Erriberri, ni Pamplona Iruña, Estella Lizarra, Vitoria Gasteiz o Donostia San Sebastián.
El nombre vasco de Olite tiene una tradición local que hunde raíces centenarias. Así ha sido aceptado por la mayoría de los habitantes de la localidad y por reputados antropólogos como Julio Caro Baroja, que incluso hizo una interpretación comarcal del término. El sabio de Bera escribió que por Olite pasaba la línea divisoria entre el saltus y el ager vascón: "La razón para establecer esta línea la hallo en el hecho de que la cabeza de una merindad navarra, la más moderna de todas, o sea la de Olite, tiene un nombre muy significativo en vasco, recogido por varios historiadores, aunque no del todo bien interpretado. En efecto, Olite se llamó también "Erriberri" es decir "Tierra nueva" y sabido es el valor que tiene este concepto de "nuevo" frente al de "viejo" en la Reconquista: en términos muy grandes en Castilla, en Cataluña en términos más reducidos. Lo nuevo aquí es mucho más reducido".
Otro erudito nacido en Arrasate/Mondragón, Esteban de Garibay (1533-99), cronista del rey Felipe II y autor de la primera “Historia de España”, también recoge el topónimo euskaro de la ciudad del castillo e incluso aportan nuevas acepciones: "...a fabricar en las tierras de sus fronteras vna ciudad llamada Olit,... Esta villa de Olite en la lengua Cantabra, que era la mesma que estos Vascones hablauan, es aun oy dia llamada Erriuerri, que significa tierra nueua, como lo era esta por ellos edificada, aunque otros corrompiendo el nombre dizen Arriberri, que significa piedra nueua".
En definitiva que sumar Erriberri a Olite es tan natural que hasta el presidente navarro Miguel Sanz lo hizo al prologar el libro que sobre el club de fútbol del pueblo se escribió hace cinco años con motivo de su 75 aniversario. Sanz recordaba como en 1928 el antiguo equipo del “Acero” varío su nombre por el apelativo euskaldun para darle un motivo más navarro. Y fue precisamente una persona emblema en el fútbol local, el carismático presidente Jesús Goñi, el que cedió al club rojo el nombre que usaba una cuadrilla de aficionados.
Un Goñi que en 1945 llevó a sus jugadores al primer puesto del campeonato regional de fútbol, motivo por el que editó una publicación en formato de periódico, el “¡Aupa Erri-Berri!”, en la que explicaba, en pleno franquismo, el nombre de su equipo: “Erri-Berri es una palabra netamente vasca y quiere decir en castellano Pueblo Nuevo. Proviene de la contracción Erria (pueblo) y Berria (nuevo). El nombre de nuestro equipo, por lo tanto, es una adaptación de pueblo ya que Olite, cuando antiguamente en Navarra se hablaba vasco, se llamaba de aquella manera”.
Pero quizá sean las palabras del abogado José Montoro Sagasti las que se pueden traer a colación con mayor oportunidad. Palabras escritas en 1929 en un contexto de enfrentamiento civil por la recuperación de las tierras comunales, conflicto que acabó regado con sangre jornalera. El Ayuntamiento de hace casi 80 años encargó a Montoro la defensa de los intereses municipales, tarea que el tudelano hizo con un alegato final en favor de la convivencia: “hagan de Olite merecedor a ser denominado con su primitivo nombre vasco de Pueblo Nuevo, Erri-Berri, pueblo sin odios, pueblo sin luchas, pueblo de paz. Haced a Olite merecedor de su antiguo nombre”, terminaba el discurso clarividente de Montoro.