La desgraciada muerte de Amaya Egaña, de 53 años, en Barakaldo
colma el vaso de la miseria moral a la que nos vemos abocados quienes, forzados
por la rigidez de la economía prusiana que dirige Europa, pagamos con recortes
del estado del bienestar los ruinosos negocios que hicieron especuladores del
ladrillo, banqueros ambiciosos y políticos pesebreros.
Durante el
crack del 29, la leyenda, más que la realidad, cuenta que algunos financieros
arruinados el Jueves Negro se lanzaban al vacío desde las azoteas de los
rascacielos de Nueva York. Magnates de Wall Street, como los presidentes de
County Trust Co. y Rochester Gas and Electric, optaron por abandonar el mundo
con una dignidad que no tienen los estafadores de ahora, una dispensa la del salto al
vació que ya es privilegio de infortunados desahuciados. Nuestros nietos
recordarán cómo en la Gran Depresión del Siglo XXI los pobres se lanzaban por
la ventana, mientras los tramposos buscaban refugio en “países
emergentes”. La raya que separa lo soportable de lo intolerable es cada vez más delgada.
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